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miércoles, 21 de septiembre de 2016

¿Las religiones represivas fomentan la promiscuidad?


Prácticamente todas las religiones del mundo predican una sexualidad “apropiada”, según sus criterios particulares para construir la sociedad ideal que anhelan, sobre la base casi siempre de restricciones sexuales. Dichas restricciones pueden ser muy dañinas para la ciudadanía, dependiendo del fanatismo de la religión y su aplicación personalizada por parte de cada individuo.

Así, a nadie sorprende ya las noticias sobre nuevos casos de abusos sexuales por parte de personas que detentan autoridad religiosa, ya sea dentro del catolicismo o en cualquier otra secta. También existen numerosos mitos y leyendas urbanas (y rurales), por lo demás muy extendidas y cotidianas, sobre hasta qué punto la represión ejercida en los miembros de una comunidad puede generar una mayor frecuencia de prácticas sexuales, incluso de sexo casual, que en otra comunidad supuestamente más permisiva. Y, obviamente, sobre cómo ese sentido de “prohibición” exacerba incluso el morbo y la excitación al ser sus actores conscientes de que están transgrediendo una regla y efectuando algo que se considera “pecaminoso”.

Sin embargo, pocas personas parecen preguntarse a qué se debe esa profusión creciente de actividad sexual en sociedades puritanas en apariencia y poco permisivas frente a cualquier actividad carnal que no sea consagrada institucionalmente.

La religión excita
Todos hemos oído en nuestra adolescencia cómo los chicos y chicas de colegios religiosos salen casi siempre de allí con una necesidad mayor de expansión sexual que aquellos otros chicos y chicas educados de modo más natural y sin restricciones.

En su columna de la prestigiosa revista Psychology Today, el psicólogo Nigel Barber enfrenta este dilema. “¿Tienen las personas religiosas una vida sexual más animada?”, se pregunta en el titular de su artículo. “Ya sea en lo que atañe al reparo sexual en la vestimenta, en la hostilidad hacia la sexualidad extramatrimonial, o en su oposición a la homosexualidad, las personas creyentes aceptan muchas restricciones hacia la libre expresión de los impulsos sexuales. La cuestión es si tales restricciones resultan efectivas”.

Según Barber, los seres humanos no somos enteramente racionales, por lo que es mucho más fácil para nosotros decidir algo que llevarlo a la práctica: eliminar nuestro instinto sexual, en este caso.

¿El sexo es malo?
Muchas personas creen que una vida sexual activa y no necesariamente monógama resulta perjudicial para el ser humano, pero no es así: obvio, cada individuo posee un impulso sexual diferente y no es beneficioso perder el control sobre este, pero tampoco parece aconsejable tratar de reprimirlo totalmente, porque ello solo provocará el nacimiento y desarrollo de una obsesión sexual que puede degenerar en parafilias enfermizas y comportamientos dañinos, para él mismo y los demás.

El psicólogo existencialista Rollo May definió el impulso sexual como un algo daemoniaco: adaptando el término clásico original del griego, ese daemón para él sería “toda función natural que tiene el poder de dominar por completo a la persona”. Una suerte de posesión, pues, que explicaría desde el ansia de sexo y de poder, hasta la rabia, la gula o la violencia.

El daemón no siempre es negativo: su rapto interior puede dar frutos creativos, pues la mayoría de obras artísticas nacen motivadas por un daemón que toma posesión del creador. Es la pérdida de control sobre los daemones lo que provoca desgracias al ser humano.

Sexo divertido y controlado
Así pues, el sexo puede ser una magnífica fuente de placer para todos, se aplique en una relación monógama o con parejas esporádicas, siempre que cumplan dos condiciones:

1) que quien lo practica no sienta que se le va de las manos o le hace caer en una espiral de actos de riesgo: el preservativo sigue siendo el mejor amigo de los amantes; y 2) que no se intente utilizar el sexo como un reemplazo, sustitutivo o sucedáneo de los sentimientos, tal y como otras personas sustituyen la falta de sexo con la comida, la hiperactividad laboral o, curiosamente, la religión: el sexo no puede reemplazar al amor ni llenar el vacío interno que provoca la necesidad de amar. Cualquier intento de hacerlo puede derivar en una adicción sexual.

Teniendo todo esto en cuenta, lo mejor que pueden hacer los individuos es divertirse juntos y de mutuo acuerdo: y luego tener la libertad de creer en un dios o no.

Datos

Según Psychology Today, en los estados más religiosos de EE.UU. se consume más porno por Internet, y el sexo en baños públicos lo suelen practicar personas casadas y creyentes.

Según una encuesta del Huffington Post, la mayoría de británicos piensa que la religión causa más daño que beneficio: el 20% de los “muy religiosos” opina que es mala para la sociedad.

Rollo May aportó desde los 50 conceptos hoy cotidianos: normalizó la noción de “crisis de ansiedad” en las personas y su libro Love and Will (1969) es un referente sobre relaciones.

(FUENTE: peru21.pe)

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